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Animales que tienen poca vida sexual

Los pulpos machos acostumbran a caducar poco después de reproducirse

 

Para quien no esté familiarizado con este diminuto animal, los machos antequinos pasan la mitad de sus vidas copulando, en sesiones de sexo que les ocupan 14 horas al día. Y no estamos hablando de hacer el amor a la luz de las velas, no. El suyo es un sexo frenético, una carrera vertiginosa por eyacular tan rápido como sea posible, tantas veces como se puedan. Un desgaste físico tan despiadado que provoca que el frágil cuerpo del antequino se desmorone literalmente. Empiezan perdiendo su pelaje y acaban sangrando internamente. Es raro el antequino macho que llega a cumplir un año de vida. Por si esto no fuera suficientemente trágico, el antequino es una especie marsupial endémica de Australia. La pérdida de su hábitat debida a las recientes olas de incendios achacados al cambio climático, además de sus más tradicionales amenazas, como depredadores salvajes y domésticos, como los gatos, han obligado al gobierno australiano a declarar, el pasado 11 de mayo, oficialmente en peligro de extinción al antequino de cabeza plateada (Antechinus argentus) y al antequino de cola negra (Antechinus arktos).

 

Pero los antequinos no están solos en su drama. No sólo en el aumento en número y tamaño de los incendios que amenazan su existencia, sino también en su modo de reproducción suicida. Hay más animales que sólo tienen una única oportunidad de reproducirse, lo que normalmente se traduce en una única temporada de apareamiento tras la que, por norma general, mueren. Este tipo de animales son conocidos como animales semélparos.

 

La vida sexual en los animales

El ejemplo más popular son las abejas, o más concretamente los zánganos de las abejas. A diferencia de sus compatriotas femeninas, los zánganos existen principalmente para procrear con la abeja reina.

 

En caso de necesidad también pueden llegar a ceder la fuerza de sus alas para contribuir con su esfuerzo al enfriado de la colmena cuando se sobrecalienta, pero la mayoría de las veces andan por ahí zanganeando, como bien indica su nombre, en espera de su turno de apareamiento. Uno a uno o bien en grupos van ofreciendo sus servicios a la abeja reina y una vez terminan, caen muertos, satisfechos con el deber cumplido.

 

Los camaleones

Algunos camaleones, como los de Labord, cuyo hábitat se reduce a una pequeña porción selvática de la isla de Madagascar, también mueren tras cumplir con su función reproductora, lo que también podría explicar el porqué de su hábitat tan reducido: sencillamente, no tienen tiempo de llegar más lejos. Los camaleones de Labord nacen, crecen, se aparean, depositan sus huevos y mueren en el transcurso de unos meros cuatro o cinco meses, un tiempo entre noviembre y marzo que además pasan mayormente en forma de huevo. Así es muy complicado conocer mundo.

 

Los graneledone 

El fondo marino también tiene sus amantes suicidas, los Graneledone boreopacifica, un pulpo de la familia Megaleledonidae, que vive a miles de metros bajo el agua y pasa una parte importante de su vida muriéndose de hambre mientras vigila sus huevos.

 

Un equipo de investigación monitoreó a una madre cuidando su nidada durante 53 meses. Durante ese tiempo, la G. boreopacifica no comió absolutamente nada, ni hizo realmente gran cosa excepto revolotear sobre sus crías. Después murió como era probable que ya hubiera muerto su pareja, pues los pulpos machos acostumbran a caducar poco después de reproducirse. Conocer este dato hace difícil creer en la fama que tienen los pulpos de inteligentes.

 

El salmón

También en el agua es famosa la trágica vida del salmón. Lo que no se conoce todavía son las razones mediante las cuales los salmones localizan el río que les vio nacer o por qué sólo desovan allí, por qué ningún otro río les sirve.

 

El caso es que, una vez localizada la desembocadura de su río materno, ya que los salmones pasan gran parte de su vida adulta en el mar, comienzan a escalar en grupos el trayecto de vuelta hacia el lugar que los vio nacer, un camino no exento de peligros. Nadan a contracorriente, sorteando rocas, obstáculos, remolinos y osos, lo cual les provoca un deterioro corporal que hace que su aspecto acabe por ser mucho menos agradable a la vista que el que tenían cuando vivían en el océano. Y con ese aspecto desaliñado tienen luego que seducir a sus potenciales parejas.

 

Una vez se reproducen, las hembras mueren, mientras que los machos viven lo suficiente como para defender los huevos que sus parejas dejan tras de sí. Como no han comido nada desde que abandonaron el agua salada los machos tampoco duran mucho. Una vez se agotan sus reservas de grasa, se acaba lo poco que queda del salmón, y vuelta a empezar para los huevos, que luchan por repetir la vida de sus padres, como una maldición.

 

Parece una estrategia extraña, la de los animales semélparos, pero conviene no olvidar que los semélparos producen a menudo mayor número de crías, mucha más descendencia, que los iteróparos como nosotros.

 

Cierto que parece un desperdicio morir después de criar, pero como no tienen que preocuparse por sobrevivir después de su única temporada de apareamiento los semélparos pueden volcar todos sus recursos y energía en encontrar pareja. No tienen más prioridad que esa (ni problemas laborales ni hipotecas). O les merece la pena, y ahí están para demostrarlo, o es la única vida que conocen. Aun así hay pocos mamíferos o incluso vertebrados que opten por esta estrategia. Probablemente porque la oportunidad de reproducirse año tras año puede ser meta suficiente como para invertir en la fortaleza física y economía de recursos necesaria para sobrevivir al primer ritual de apareamiento que, como todos sabemos, no suele ser el que mejor se nos da.

 

¡Hasta el próximo artículo!

 

Artículo validado por el Dr. Jesse Jarrod Jimenez, Médico Especialista en Cirugía General, Urología, Andrología y Medicina Sexual de Boston Medical Group en México, Monterrey. 

 

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