El SARS-CoV-2 se detectó por primera vez en diciembre de 2019 y se expandió tan rápido, que el mundo apenas tuvo tiempo de reaccionar. La Organización Mundial de la Salud (OMS), las instituciones científicas, universidades y sector salud en general, han tenido que trabajar a marchas forzadas para atender a millones de enfermos, encontrar soluciones a la COVID-19, enfermedad causada por el virus, y tratar de aprender sobre los efectos que este virus tendrá en el cuerpo a largo plazo. ¿La disfunción eréctil podría ser un efecto secundario del COVID-19? Con los escasos datos que hay, aún no es un hecho comprobado, pero sí posible. Aquí hoy ampliaremos el tema, ¿nos acompañas?
COVID-19
En el 80% de los casos de COVID-19, sólo se presentan síntomas leves respiratorios. Pero ya nadie tiene duda de que este virus puede causar la muerte si se le deja avanzar y sobre todo, si ataca a personas con un sistema inmune débil.
Apenas habían transcurrido unos meses de la aparición del SARS-CoV-2, cuando la comunidad científica ya había logrado aislarlo, secuenciarlo e identificarlo para desarrollar pruebas de diagnóstico. Rápidamente se encontraron medicamentos para combatir los síntomas -aún se sigue experimentando con varios de ellos y desarrollando nuevos- y ahora están disponibles varias vacunas que prometen ser bastante eficaces.
Las vacunas estimulan la generación de anticuerpos contra la COVID-19. Para tu información, presentamos un recuento de las vacunas que hasta ahora están disponibles en el mundo, así como su efectividad. Datos difundidos por el Tecnológico de Monterrey.
- Pfizer-BioNTech (BNT162b2). Fue la primera aprobada. Se desarrolló en Estados Unidos y Alemania. Requiere de 2 dosis y su eficacia es de 95%. Entre los posibles efectos secundarios que podría causar, se cuentan dolor leve, hinchazón y enrojecimiento en el brazo (donde se aplica); escalofríos, cansancio y dolor de cabeza o en el resto del cuerpo. Hasta el momento, la mayoría de los vacunados presentan efectos muy leves.
- Moderna (ARNm-1273). El país de origen es Estados Unidos. También requiere dos dosis y su eficacia demostrada es de 94.1%. Los efectos secundarios son los mismos de Pfizer.
- Curevac (CVnCoV). Creada en Alemania. Se aplican dos dosis y su eficacia está por determinar, ya que se encuentra en la última fase de ensayos clínicos. Parte de estos estudios se están realizando en México.
- AstraZeneca – Oxford (AZD1222). Proviene del Reino Unido, es de doble dosis y su eficacia en fase 3 fue de 70.4%, aunque protege contra enfermedad grave y muerte hasta 100%.
- Centro Gamaleya (Sputnik V). La famosa vacuna rusa presentó una eficacia en fase 3 de 91.6% y requiere dos dosis.
- CanSinoBIO. Vacuna china de una sola aplicación. Su efectividad aún está por determinar, aunque se sabe ya que es bastante efectiva.
- Janssen – Johnson & Johnson (Ad26.COV2-S). También de una sola dosis. Fue desarrollada en Estados Unidos y ha sido de las más aceptadas por ser económica y de fácil distribución. Aunque ésta es una de las vacunas con más baja efectividad (66% en fase preliminar), la FDA concluyó que es segura y eficaz para Estados Unidos y recomendó su aprobación de emergencia.
Existen algunas otras vacunas en desarrollo o en ensayos clínicos que muy pronto podrán sumarse a las disponibles para, finalmente, lograr controlar la pandemia.
Los efectos secundarios tanto del COVID-19 como de las vacunas a largo plazo, son desconocidos. Como ocurre con una nueva epidemia, muchas de las interrogantes que tenemos hoy en día, se irán resolviendo a medida que los científicos logren entender mejor el virus.
Lo que se sabe hasta hoy
Los datos recabados indican que el virus se propaga, principalmente, por medio de gotas respiratorias entre personas que están en contacto cercano al toser, estornudar, tocarse con las manos infectadas o al hablar en espacios cerrados, mal ventilados y congestionados.
La mayoría de las personas se contagiaron por medio de los “aerosoles”, las gotas más pequeñas que se expulsan junto con la saliva, en reuniones familiares, con amigos, en restaurantes, gimnasios, lugares de trabajo o centros de abasto como mercados y tiendas de autoservicio. Entre la población más expuesta al contagio, desafortunadamente, está todo el personal de servicios de salud, de funerarias, servicios de limpieza y transporte público.
El período de incubación del virus es de 5 a 7 días, aunque puede llegar hasta después de 14 días.
Las personas de más alto riesgo han mostrado ser los adultos mayores y personas con enfermedades crónicas, del corazón, pulmonares, diabetes o inmunodeprimidos.
Secuelas de COVID-19
Según Mayo Clinic, los síntomas de COVID-19 pueden persistir durante meses, ya que este virus daña severamente los pulmones, el corazón y el cerebro, lo que incrementa el riesgo de padecer problemas de salud en estos órganos a largo plazo.
Los síntomas más comunes que persisten con el tiempo, hasta ahora incluyen fatiga, dificultad para respirar, tos crónica, dolor en articulaciones o en el pecho. Con menos frecuencia, pero también se han presentado casos de dolor en los músculos o de cabeza, latidos rápidos o fuertes del corazón, pérdida del olfato o del gusto, problemas de memoria, de concentración o para dormir, erupciones y pérdida del cabello.
Pero al parecer, otra posible consecuencia a largo plazo de la COVID-19, podría ser la disfunción eréctil.
Italia y Estados Unidos son los países que están investigando la posible relación entre la enfermedad causada por el SARS-CoV-2 y los problemas de erección.
En una entrevista para la NBC, la Dra. Dena Grayson dijo que había una creciente preocupación de que la COVID-19 pudiera causar dificultades a la larga para lograr una erección. Esto debido a que la enfermedad daña los vasos sanguíneos y órganos tan importantes como el corazón y el cerebro.
En julio de 2020, se realizó un estudio en Italia donde se concluyó que la disfunción eréctil –o en todo caso, los problemas vasculares-, podría ser un factor de riesgo para que la COVID-19 derive en neumonía.
Sabemos que la disfunción eréctil es un biomarcador de la salud física y hasta emocional de un hombre. Pero también puede ocurrir que una enfermedad grave como el infarto al miocardio, un accidente cerebrovascular o COVID-19, afecten la función eréctil por el desgaste físico y mental sufrido por la persona que estuvo al borde la muerte o en recuperación por un tiempo largo.
Vale la pena recordar algunas de las causas más comunes de la disfunción eréctil.
- Enfermedad cardíaca.
- Vasos sanguíneos obstruidos (aterosclerosis).
- Colesterol alto.
- Presión arterial alta.
- Diabetes.
- Obesidad.
- Síndrome metabólico (aumento de la presión arterial, niveles altos de insulina, grasa corporal alrededor de la cintura y niveles altos de colesterol).
- Enfermedades neurológicas como Parkinson o esclerosis múltiple.
- Niveles bajos de testosterona.
- Medicamentos.
- Consumo sustancias como tabaco, alcohol o drogas recreativas.
- Tratamientos contra el cáncer de próstata.
- Cirugías o lesiones que afectan la zona pélvica o la médula espinal.
- Entre las causas psicológicas de disfunción eréctil se encuentran: depresión, ansiedad u otras afecciones mentales, estrés, baja autoestima y problemas de pareja.
Varias de estas patologías pueden ser consecuencia de COVID-19 y por lo tanto, podrían presentarse problemas de erección posteriores.
Ya mencionamos que este virus puede dañar órganos importantes y que, a largo plazo, las personas recuperadas de COVID-19 pueden llegar a desarrollar problemas de salud en:
- Corazón. Pruebas realizadas a pacientes varios meses después de la recuperación de la COVID-19, han mostrado daño duradero al músculo cardíaco, lo que podría aumentar el riesgo de insuficiencia cardíaca y problemas vasculares, que a su vez, causan disfunción eréctil.
- Pulmones. El tipo de neumonía asociada a la COVID-19 puede causar daño permanente en los alvéolos y con ello, problemas respiratorios.
- Cerebro. Afirman médicos y científicos que la COVID-19 podría causar accidentes cardiovasculares, convulsiones y síndrome de Guillain-Barré. Se investiga si a largo plazo, esta enfermedad podría incrementar el riesgo de padecer Parkinson o Alzheimer.
Por otro lado, el COVID-19 podría provocar que las células sanguíneas se aglomeren y formen coágulos que afecten el corazón u otras partes del cuerpo como pulmones, extremidades inferiores, hígado o riñones. Cuando hay una circulación sanguínea deficiente y se debilitan los vasos sanguíneos, la disfunción eréctil es una probabilidad bastante alta, especialmente en hombres mayores. Recordemos que la disfunción eréctil ocurre cuando el flujo sanguíneo hacia el pene es insuficiente, es por eso que problemas en el sistema cardiovascular, sistema nervioso o sistema endocrino, pueden causar problemas para lograr una erección.
Las personas que fueron hospitalizadas por COVID-19 y requirieron asistencia mecánica (respirador), podrían llegar a desarrollar estrés postraumático, depresión o ansiedad, causas comunes de los problemas de erección.
Conclusiones
En conclusión, podemos decir que la disfunción eréctil no es necesariamente una consecuencia directa de la enfermedad, sino de las secuelas que deja el COVID-19 en la persona, como los problemas respiratorios, inflamación, trastornos hormonales, estrés, ansiedad, depresión y disfunción endotelial. Se ha descubierto que el coronavirus ataca las paredes internas de los vasos sanguíneos (endotelio) en todo el cuerpo, incluido el pene, lo que puede causar bloqueos vasculares. Esta es la causa número uno de disfunción eréctil.
Aunque esta es la explicación más lógica para los casos de disfunción eréctil en pacientes con Coronavirus, los expertos aseguran que se necesita más investigación para determinar si efectivamente, existe un vínculo entre la COVID-19 y los problemas de erección.
Lo cierto es que la disfunción eréctil no figura en la lista de secuelas comunes de esta enfermedad que ha atacado a 158,5 millones de personas en todo el mundo.
Superar una enfermedad grave implica pasar por un periodo de recuperación. El tiempo necesario para esto dependerá de cada persona, de sus médicos, los seres queridos que le rodean y la disciplina del paciente para seguir su tratamiento.
Además de los médicos que intervengan directamente para atacar la enfermedad, deben considerarse consultas con el urólogo y un terapeuta sexual. Un equipo integrado por especialistas en varias disciplinas, puede devolver a la persona todas sus capacidades, incluyendo las sexuales.
Lo único que podría salvarnos hasta ahora del coronavirus SARS-CoV-2, es evitar el contagio. Aunque ya estemos vacunados, debemos seguir manteniendo las medidas de higiene y la sana distancia.
No quiere decir que nos privemos del goce sexual, pero de preferencia evitemos los encuentros ocasionales o con personas que no vivan en la misma casa.
Para destacar
- Cada vez estamos más cerca de encontrar la cura para la COVID-19 y parar la cadena de contagios. La Organización Mundial de la Salud recomienda seguir usando la mascarilla en lugares públicos, mantenerse al menos a 2 metros de distancia de otras personas, lavarse las manos con frecuencia y evitar lugares muy concurridos.
- Si no nos da miedo la enfermedad, por lo menos preocupémonos por conservar nuestras capacidades sexuales por muchos años. Ya vimos que la disfunción eréctil podría ser un efecto secundario del COVID-19, así que, mejor no arriesgarse.
- Aún no sabemos cómo el COVID-19 va a afectar con el tiempo. Los investigadores recomiendan que los médicos den seguimiento a las personas que han tenido COVID-19 para ver cómo está funcionando su organismo tras la recuperación.
- También se han abierto clínicas especializadas para dar atención a las personas con síntomas persistentes o enfermedades asociadas la COVID-19.
Todo esto nos da un panorama esperanzador para que tanto los pacientes de COVID-19 como la comunidad médica, puedan recuperar la tranquilidad muy pronto.
Si tienes problemas de erección, hayas tenido COVID-19 o no, acude con los expertos en salud sexual masculina, ellos son los profesionales indicados para abordar la patología desde un enfoque integral.
¡Hasta pronto!
Artículo avalado por Héctor Corredor, Médico Cirujano especialista en Urología con Maestría en Sexología Clínica, Director médico internacional en Boston Medical Group.
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