La reproducción sexual, nuestro método favorito de reproducción, apareció por primera vez hará unos 1.200 millones de años, para goce y disfrute de innumerables generaciones de los seres que optamos por esta vía. ¡Por eso hoy te vamos a regalar una introducción al mundo eucariota!
¡Comencemos!
El origen
Cada nueva generación es, de alguna manera, una versión mejorada de la anterior, libre de antiguas mutaciones genéticas y cada vez más resistente a los parásitos.
Desde el origen de la vida, hará unos 3.400 millones de años, todas sus formas han competido por combinarse de todas las maneras posibles; todos con los ojos puestos en una única meta: sobrevivir más y mejor. Prueba de nuestro empeño (el de todos) es que han tenido lugar no una sino cinco extinciones masivas (si no te mata un volcán, te matará un meteorito) en nuestro planeta y… aquí seguimos, todavía sin planeta B.
Nuestra opción de salida, la sexual, el proceso de crear un nuevo organismo a partir de la combinación de material genético descendiente de dos organismos con material genético similar pero no idéntico, es relativamente reciente teniendo en cuenta que la edad de la Tierra se estima en unos 4.500 millones de años.
Las primeras bacterias se tomaron unos mil millones de años en aparecer y el primer sexo, que algunos creen que pudo haber empezado como algún tipo de canibalismo en el que se adoptó parte del ADN devorado, lo tuvieron organismos unicelulares mucho antes de que apareciera la primera forma de vida multicelular sobre la Tierra, los novatos del planeta.
Los primeros organismos unicelulares se reproducían, sencillamente, duplicando su ADN al dividirse en dos células idénticas. El método era eficiente en números pero no hacía gran cosa por la diversidad de organismos, todos clones de sí mismos. Aunque los genes podían mutar a lo largo del tiempo su evolución no era suficientemente rápida como para adaptarse a los bruscos cambios medioambientales. Nuestro caballo en esta carrera apostó por una fórmula innovadora para superar ese obstáculo: mezclar genes diferentes para ampliar el repertorio de combinaciones. Todos los organismos pluricelulares hemos crecido a partir de organismos unicelulares de origen misterioso, los Eucariotas. Casi todos los seres visibles: animales, plantas, hongos, etc., estamos organizados en diferentes linajes a partir de las piezas de un mismo Lego; desde los sequioias hasta el calamar, desde las setas hasta el vecino del quinto. Todos Eukaryotas. No todos sexuales.
La reproducción sexual
La reproducción sexual tiene sus ventajas, además de promover la variación genética no sólo entre miembros de una misma especie sino también entre hermanos dentro de una misma familia; cada uno con sus diferentes talentos y habilidades a la hora de superar las adversidades de la vida. No somos copias genéticas los unos de los otros, sino diferentes combinaciones de un mismo grupo de genes.
Al contrario de lo que les ocurre a los que optan por clonarse, cuanta mayor variabilidad genética muestra una población mayor es su tasa evolutiva. Nosotros, los sexuales, estamos más protegidos frente a futuros cambios ambientales. Aunque muchos no estemos adaptados de fábrica a ellos siempre habrá alguna forma minoritaria, hasta entonces conocida como “el raro de la clase” al que le venga de perlas el cambio. Él prosperará donde al resto no nos quede más remedio que palmar.
Generaciones
Cada nueva generación es, de alguna manera, una versión mejorada de la anterior, libre de antiguas mutaciones genéticas y cada vez más resistente a los parásitos. No todo van a ser ventajas, claro. La reproducción sexual tiene mucho drama; exige un mayor gasto energético en la búsqueda y lucha por conseguir pareja (antes y después de Tinder) y una menor tasa reproductiva: un menor número de crías a una mayor cantidad de tiempo.
Y no solo eso. Para que dejemos sitio a las versiones mejoradas de nosotros mismos no tenemos más opción que morir para hacerles sitio. Nuestros genes están a salvo y mejorados. Nuestro trabajo está ya hecho y el testigo pasado. No hay que aferrarse a la vida porque la vida continúa.
Todos
Bacterias, arqueas y eucariotas, formamos parte de la misma vida. Todos somos lo mismo aunque hayamos escogido diferentes caminos. Reducidos a nuestra escala más pequeña estamos todos hechos de las mismas piezas: células. Las nuestras, las células eucarióticas, pasan por una secuencia regular de crecimiento y división, momento en que las células hijas comienzan a crecer hasta dividirse a su vez en nuevas células. Esta secuencia que se repite tiene nombre. Es el ciclo celular.
Todas las células se originan a partir de otra existente con anterioridad. Mediante la división celular el material genético, nuestro ADN, se reparte entre las nuevas células hijas. En los organismos unicelulares esto aumenta el número de individuos, todos clones, de su población. En casa de los eucariotas, la nuestra, la de los animales, hongos y plantas, etc., la división celular sirve para que nosotros, el organismo “anfitrión”, crezcamos a partir de una primera célula, a base de multiplicar, reemplazar y reparar células devorando sustancias del entorno para transformarlas en combustible con el que financiar nuestras nuevas moléculas estructurales y funcionales. Es un mundo cruel, el eucariota.
El número de veces que una célula puede dividirse no es infinito. Existe una cosa llamada envejecimiento celular. Cuanto mayor es la edad del organismo donde se forman las células menor será el número de veces que las células puedan dividirse. Es una operación matemática que, por desgaste, siempre acaba en cero.
Y para eso tenemos el sexo, para crear nuevas células libres de desgaste y para darle la oportunidad a nuestros genes de ganarles la carrera a las dichosas bacterias, las malditas arqueas y todos esos snobs de la reproducción asexual. Y tú, ¿en qué bando estás?
Artículo validado por el Dr. Jesse Jarrod Jimenez, Médico Especialista en Cirugía General, Urología, Andrología y Medicina Sexual de Boston Medical Group en México, Monterrey.
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